El P. Pedro Arrupe, S.J. en una homilía realizada en Perú con motivo del día de San Ignacio de Loyola en el año 1979, hablaba de la Compañía de Jesús no “como un objeto inerte, sino como una vida que se transmite. Es una historia, en fin, dentro de la historia del hacer de Dios con los hombres”. Una historia humana que cuenta con sus luces y sombras, con tiempos de bonanza o de paz y tiempos de crisis o de guerra, todas estas realidades se deben acompañar, reconociendo que en un tiempo o en otro siempre existen personas descartadas por los sistemas políticos y económicos. Personas que llevan en sus espaldas las cruces más pesadas de la desigualdad, la injusticia y del olvido de la sociedad. Algunos son vencidos por el pesimismo y resignación, otros apuestan por la fe en Dios y en Él colocan toda su confianza.
Un ejemplo de ello, es lo que encontramos en la Parroquia San Alberto Hurtado y José Gregorio Hernández de la parte alta de La Vega, durante la experiencia de Parroquia. Allí descubrimos gestos e iniciativas de esperanza o lo que Jon Sobrino define como “santidad primordial” y que lo describe como: El anhelo de vivir y sobrevivir en medio de grandes sufrimientos, donde la decisión y los trabajos para lograr mantener ese anhelo se llevan a cabo con creatividad sin límites, con fortaleza y confianza, desafiando innumerables dificultades y obstáculos.
En medio de la difícil realidad política, económica y social del barrio que no disminuye el deseo de vivir de la gente, se encuentra el acompañamiento de la Parroquia, un acompañamiento que no atropella, que deja a sus feligreses tomar la iniciativa con sentido de pertenencia, bien sea del centro de salud –medicina integral o pediatría-, de las escuelas de futbol o básquet, de los talleres de derechos humanos o de las jornadas de alimentación. Siguiendo los lineamentos del Plan Apostólico de la Provincia, fuimos testigos de un acompañamiento que propicia, impulsa, desarrolla y ejecuta. Un acompañamiento que se vuelve ejemplo real del principio de subsidiaridad que la Doctrina Social de la Iglesia recoge en diferentes documentos y que exhorta a los Estados a poner en práctica.
Por su parte, aunque el Noviciado cuenta con unas características específicas, estas no nos hacen olvidar que fuera de las puertas de nuestra comunidad existen realidades injustas que van oprimiendo al pueblo, pero donde Dios también se va revelando. A través del discernimiento se nos permite redescubrir nuestra historia y cómo Dios se fue haciendo y se hace espacio en nuestra propia vida. El Noviciado es un tiempo para seguir soñando y poniendo cimientos para la vida apostólica, mientras estamos en probación vamos soñando nuestro modo personal de acompañar al pueblo bajo la Espiritualidad Ignaciana. Pero en medio de dicha preparación nos quedamos sorprendidos cuando descubrimos que el “dar de comer y beber al hambriento y sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo” (Mt. 25, 35-36), nace de nuestra propia experiencia de Dios, porque antes de que naciera ese deseo de acompañar a los otros, Él ya nos había alimentado, vestido y visitado.
En definitiva, el acompañamiento debe situarse dentro de una historia que nos trasciende, entre dinámicas favorables y desfavorables. Debe ser un acompañamiento que no limite las libertades, posibilidades y dones personales de aquellos a quienes se acompaña. Y por último debe partir de la propia experiencia personal de Dios, porque, en definitiva, es el creador quien se comunica con su creatura (E.E. #15).
Aníbal Lorca, S.J.