El 10 de enero de 1903, en un caserío de la localidad Amorebieta, Vizcaya, nació y fue bautizado el P. Fernando Bilbao Perea, S.J. Desde los siete años se formó en el Colegio de los Carmelitas en Amorebieta, lo que despertó su vocación a la vida religiosa desde muy temprana edad. En una entrevista para la edición Nº11 (mayo de 1986) de la Revista Jesuitas de Venezuela él mismo expresó: “Mi infancia tuvo ambiente de puros carmelitas. Dos tíos por parte de papá y otros dos por parte de mamá. Uno de ellos llegó a ser General y otro Provincial en el Extremo Oriente… Pero mi abuela me dijo un día: “Tú tienes cara de jesuita”; yo la escuché, pero de allí no pasó el asunto”. En 1918 con 15 años consigue una oportunidad para estudiar en la reconocida Universidad Pontificia de Comillas que era dirigida por los jesuitas. Durante esos años se despierta en él la vocación ignaciana. En esa misma entrevista también comentó: “Recién cumplidos los 18 años hice unos Ejercicios Espirituales de San Ignacio que marcaron mi vida… Sentir internamente a Jesús… Saboreé su presencia y su llamada…Cuando lo comuniqué en la casa vino la extrañeza. ¡Tú deberías ser Carmelitas, como los tíos! Hasta mi tío General de los Carmelitas llegó la consulta. El mismo defendió mi vocación: “Creo que Dios te llama para Jesuita… ¡Sigue con ellos!”

Con 19 años ingresó en el Noviciado de Loyola el 30 de julio de 1922. Realizó Humanidades también en Loyola. Entre 1926 y 1929 cursó sus estudios de Filosofía en Oña. La etapa de Magisterio la realizó en el Colegio de Tudela, Navarra. En 1931 le tocó vivir la expulsión a Marneffe, Bélgica, donde hizo la Teología de 1932 a 1936. Se ordenó Sacerdote el 30 de julio de 1935 ante el Obispo de Lieja (Bélgica) Luis J. Kerkofs. Curiosamente un año después enseñó al P. Pedro Arrupe, S.J., a decir Misa y participó en su ordenación sacerdotal. Hizo su Tercera Probación en Morialme (Bélgica). Luego viajó a San Sebastián (España), en donde estuvo dos meses y pronunció sus Últimos Votos el 02 de febrero de 1938. El 26 de febrero de ese mismo año se embarcó para el puerto de La Guaira, en la Viceprovincia de Venezuela.

Llegó a Venezuela y fue destinado al Colegio San Ignacio de Caracas para culminar el año escolar 1937- 1938 como P. Espiritual. En agosto de ese mismo año es enviado al Colegio San José de Mérida. Este primer encuentro con su querida Mérida fue breve. En 1940 es enviado nuevamente al Colegio San Ignacio, en donde se desempeñó como P. Espiritual durante un par de años. El 11 de febrero de 1942 es designado Rector y Maestro de Novicios del San José Pignatelli, en los Chorros. Estuvo a cargo del Noviciado hasta 1945, cuando retornó al Colegio San Ignacio para ser P. Espiritual de los estudiantes de bachillerato.

En 1947 regresó a Mérida para quedarse. Al poco tiempo de llegar le tocó celebrar la primera misa que se realizó en el Pico Bolívar, el 17 de febrero de 1947. Durante 15 años entre 1947 y 1962 dedicó su vida al Colegio San José de Mérida; aunque su responsabilidad principal era la de P. Espiritual se desempeñó en múltiples funciones. Forjo a muchas generaciones moral y espiritualmente. Sufrió amargamente cuando el 15 de diciembre de 1950 la tragedia segó la vida de 27 queridos estudiantes. El también iba a abordar ese avión, pero en el último momento decidió quedarse a pasar navidades evangelizando en los pueblos y caseríos de la cordillera. La tristeza también se apoderó de él cuando el Colegio San José cerró sus puertas el 11 de Julio de 1962.

Entre 1963 y 1968 de desempeñó como Superior de la Residencia San José de Mérida y Director de la Casa de Ejercicios Espirituales San Javier del Valle. Desde 1968 y hasta 1974 se le asignó la tarea de ser el P. Espiritual de la comunidad y dirigir diversas tandas de Ejercicios Espirituales.  A partir del año 1975 ejerció el cargo de Vicesuperior de la comunidad hasta 1980. Fue el primer Párroco Jesuita en la Parroquia San José Obrero de Mérida, entre 1979 y 1981. Nunca abandonó su trabajo en los pueblos y caseríos de la región.

El 9 de octubre de 1984 la Honorable Asamblea Legislativa del Estado Mérida confirió la Orden Don Tulio Febres Cordero en su primera clase al P. Fernando Bilbao, S.J. En esa ocasión, Asdrúbal Baptista Troconis durante su discurso titulado “Mérida y el Padre Bilbao”, expresó: “el joven vasco que llegó a mis tierras 46 años atrás, es hoy un hombre mayor. Yo le he visto disminuir la velocidad de su paso, cediendo la prisa por llegar a la certeza de que lo están esperando. Sus sienes son blancas de mis inviernos más helados. Fernando querido: la belleza de tU ancianidad es una de mis más preciadas galas. Te siento tan cerca del palpitar de mi ser… ¡Nunca tendré yo una honra apropiada para recompensar todo lo que me has dado!”. El P. Fernando Bilbao, S.J. también conocido como “Don Fernando” era apreciado en toda la región, autoridades y ciudadanos lo querían por igual. El 31 de Julio de 1985, en ocasión de la celebración de sus 50 años como sacerdote el Concejo Municipal de Mérida lo declaró “Hijo Adoptivo”.

También era un apasionado de los Ejercicios Espirituales, sobre esto el P. Madariaga, S.J. también escribió: “Podía describir cada escena de la vida de Jesús, como si hubiera estado presente y explicaba cada detalle… no necesitaba muchas palabras para transmitir su vivencia de oración, las vivencias se transmiten con gestos, con miradas, con la sola presencia… Él si ponía más amor en las obras que en las palabras… Él si veía claramente, las maravillas que Dios–Padre había hecho por nosotros: los colores de las flores, las delicias de un mango, los trabajos de las abejas… Me recordaba lo que él tenía presente siempre: Los dones y los beneficios que con tanto amor el Padre Dios nos daba a sus hijos…Sí, él vivía los ejercicios”.

Falleció el 08 de agosto de 1988, con 85 años de edad y 66 años al servicio de la Compañía de Jesús. Mediante un decreto la Gobernación del Estado Mérida, y todo el pueblo merideño, se unió al duelo que embargó a todos sus hermanos jesuitas.

Damos gracias Dios por la vida y obra del Padre P. Fernando Bilbao Perea, S.J, pedimos que su ejemplo nos anime en la misión encomendada.

Adrián Jiménez
Archivo Curia