Luis Ugalde

En la Navidad se activa una dimensión de la fe cristiana que anima la vida de millones de venezolanos más allá de los asiduos a la liturgia dominical. Más que el impersonal arbolito iluminado, es el pesebre singular que “se monta” en cada casa el que nos mueve a adorar al Niño y a llevarle obsequios, como los pastores de Belén. Millones de venezolanos que habitualmente no van a la iglesia viven y celebran también el misterio de la vida, el “Dios con nosotros”. El Niño de Belén nos lleva al obsequio, al abrazo y a desearnos un año nuevo en fraternidad. Más allá de toda disquisición intelectual teológico-filosófica, en la Navidad adoramos a Dios en la debilidad del Niño. Nuestra ternura hacia Él nos lleva a los niños y a los débiles de hoy en el mundo y los pastores que lo obsequian con lo que tienen nos inspiran a regalarnos unos a otros. Ahí se hace presente el sentido fraterno de la vida con fuerza interior para superar toda guerra (alto al fuego en las trincheras para cantar juntos “noche de paz, noche de amor” en distintas lenguas fundidas en la misma melodía).

La Navidad no es cosa de niños, ni meramente un evento litúrgico circunscrito al templo. Es el reverdecer de nuestra vida fraterna enraizada en “Dios con nosotros”, en cada persona y en cada familia. En estos días sentimos que la llave de la fe está en cada familia que nos invita a compartir su “pesebre” y a experimentar que Dios amor no se deja encerrar dentro de las paredes del templo. El apóstol Juan en su hermosa carta nos dice: “A Dios nunca lo ha visto nadie, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (1 Juan 4,12). Esta es la Iglesia que renace en Navidad, abierta a toda la humanidad, con mirada solidaria, con la debilidad humana en el Niño que nos habla de los niños y de los necesitados. Por eso el apóstol Juan en la carta mencionada afirma: “Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad (1 Juan 4,16-18).

Este es el sentido cristiano que renace en Navidad, en todo hombre y mujer que se deja tocar por el Niño de Belén al que le ofrece sus dones abriéndose a los niños y débiles de hoy. Cuando en el Concilio Vaticano II miles de obispos reflexionaron sobre la identidad y misión de la Iglesia en el mundo actual lo expresaron en palabras que suenan a Navidad: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n.1).

Hace unas décadas se decía que en Venezuela la Iglesia era desdeñada en ambientes intelectuales y en las universidades. En contraste, hoy llama la atención la presencia católica viva y con calidad en todos los niveles de la educación y su alto aprecio en diversos ambientes y también en los sectores más pobres de nuestros barrios, brindando inspiración, esperanza y acompañamiento. En estos años de tanto sufrimiento nacional los cristianos nos hemos sentido inspirados y animados por la Iglesia a no evadir la realidad de los más débiles y con ellos avivar nuestra fe. A ello nos ha invitado de manera clara y consistente la palabra libre y valiente de nuestros obispos, y nos animan muchas congregaciones religiosas que suben cerro hacia las poblaciones más pobres. El voluntariado reverdece con variados rostros en miles de comunidades cristianas que celebran y defienden la vida iluminada por la Palabra de Dios.

En esta Navidad tan marcada por el sufrimiento y por los atropellos del poder, el Niño de Belén nos invita a renacer con la fuerza de “Dios con nosotros”, a reforzar en 2024 nuestra esperanza activa y a exigir con firmeza muchos derechos humanos secuestrados.

Antes que nada necesitamos levantar el clamor de todos por la libertad de varios centenares de presos políticos; es una exigencia prioritaria para que esta Navidad sea un auténtico “Dios con nosotros”. Esta es la bendición navideña que les deseo a todos. Con la ayuda de Dios el 15 de enero volveré con mi artículo quincenal.