Es una tendencia común del ser humano sucumbir a la tentación de ensimismarse, reconociendo la realidad que le rodea solo desde la perspectiva propia. Esta costumbre se puede vivir también desde la vida religiosa, al solo concentrarse en lo que es propio; la espiritualidad, las Obras, los proyectos, y la metodología como la única gran riqueza de la sociedad y de la Iglesia. Esto cierra las vías de acceso a la visualización de otros modos que pueden aportar a la misión.
La Iglesia en su amplio abanico de institutos religiosos regala una riqueza espiritual y operativa que permite poner la mirada en elementos novedosos que se pueden volver herramientas valiosas para la misión propia; cerrarse ante esa riqueza es no reconocer la acción del Espíritu que inspira los corazones de los hombres y mujeres de buena voluntad que dedican sus vidas a amar a Jesús en el rostro de sus pequeños (Cfr. Mt 25, 31-40).
Los últimos meses en el noviciado han estado marcados por el ejercicio de abrirnos a esta riqueza de la Iglesia por medio de la participación en diferentes ambientes intercongregacionales, que aportan ya desde muy temprano en la formación, una dosis de realidad eclesial colaborativa. El primero de estos ambientes es el Centro de Estudios Religiosos (CER) de la Conferencia Venezolana de Religiosas y Religiosos (CONVER), donde hacemos vida con las nuevas generaciones de diferentes congregaciones, intercambiando experiencias y conociendo los contextos propios de cada una de ellas, el ejercicio de sus misiones y la espiritualidad que les nutre.
Sin embargo, no solo hemos querido buscar el intercambio fraterno de experiencias, sino que buscamos también sumergirnos participativamente en el trabajo a través del apostolado en la Casa de Acogida y Rehabilitación “Padre Machado” de El Valle, una Obra intercongregacional que abre las puertas a los hermanos de la calle y apuesta por la reinserción social de aquellos que se han visto afectados por el consumo de sustancias psicotrópicas. Colaborar activamente en estas Obras, promueve en nosotros el sentirnos acompañados por otras personas, que, a pesar de tener modos de proceder distintos, comparten con nosotros la aventura de entregar la vida por los pobres.
Estas vivencias enriquecedoras nos preparan para lo que se avecina; un mes de experiencia, en donde cada uno de nosotros como novicios es llamado a ver a Cristo en el rostro de la gente, entregándonos por entero, dando el cien por ciento en la tierra fértil de sus corazones humildes, inocentes, generosos y necesitados que hablan de Dios (Cfr. Mc 4, 8). Que Jesús de Nazaret nos acompañe en esta experiencia que se asoma en el horizonte y nos dé la gracia de tener un corazón abierto y colaborativo para trabajar junto a otros que, parafraseo de Santa Teresita de Lisieux, también quieren pasar su cielo haciendo el bien en la tierra.
NS.J. Ydager Gámez