1Jn, 3,14-16                            Salmo 62, 2.3 3-4. 5-6. 8-9 (R: 2b)        Mt 5,1-12

Hoy estamos reunidos para dar gracias a Dios por la vida de Joseba, por tanto bien dado y entregado en nuestro país. Joseba escribió hace algunos años sus “memorias” y confiesa que había sido muy feliz, y nos cuenta su vida acariciando los recuerdos de su vida porque estaba convencido que uno de los más bellos regalos que la sabiduría de Dios ha deparado a los viejos es la ternura para mirar la propia vida… y las de los demás.

Joseba vivió constantemente las sorpresas de Dios. Primero en su natal Azpeitia al ser embarcado en tren con destino a Durango y luego a Javier, para pasar a Loyola donde empieza su vida en la Compañía de Jesús y llega a Venezuela, con 20 años de edad, para continuar el noviciado en Los Chorros. Joseba recuerda el 01 de diciembre de 1954 como la fecha más definitiva en su vida y lo agradece con suma alegría. Ese día le comunicaron que había sido destinado a Venezuela. En nuestro país abrió los ojos y en Santa Rosa de Viterbo, Colombia, “se hizo venezolano”, para luego ir a la extensa y fría sabana bogotana a estudiar Filosofía y Letras en la Javeriana.

Su tiempo de magisterio lo tituló como “mi vocación empezó a ser pasión”. Fue destinado al Colegio Gonzaga, en Maracaibo, y fue cuando conoció al P. Manuel Aguirre, S.J., de quien sintió gran admiración, y por las sorpresas de Dios, en la visita del P. Baldor, S.J., viceprovincial, le invitó para que asistiera, en Ocumare, al “Primer Cursillo de Capacitación Social” con el P. Aguirre, S.J. Podemos decir que así empieza su gran pasión: nuestro país. Verlo y analizarlo, y analizarlo para quererlo. Roma es su siguiente destino para continuar con la teología: unos estudios con olor al Concilio Vaticano II, y luego sigue su formación en Deusto, España, para estudiar la Sociología.

A su regreso al país aparece otra gran sorpresa. La Fundación Centro Gumilla constituyéndose en la experiencia central de su vida, los 25 años como jefe de redacción de la Revista SIC los vivió con intensidad y pasión. Se encontró con el país y con una América Latina que clamaba justicia; así vivió esos años hasta que el P. Arturo Sosa, S.J., para ese momento Provincial, lo destina a Fe y Alegría a quien considera el regalo de su vida. De Caracas pasa a Fe y Alegría Ecuador, otra gran sorpresa de Dios. Porque ya viejo, con 70 años, según él mismo tendría poco para dar. Pero no fue así, en Ecuador vivió sorprendido por el espíritu del equipo ecuatoriano. Al retornar al país acompaña a Fe y Alegría para el fortalecimiento de su identidad y espiritualidad. Se lo tomó a pecho y corazón. No descansó, se re-creó su vida, y con la vida de tantos supo transmitir el espíritu del P. Vélaz, S.J., emocionando al extenso equipo de trabajo en Fe y Alegría.

Joseba escribió que con sus más de ochenta años vivía “sabrosamente” por lo que hacía y por lo que vivía. Así también, lo dejó plasmado al referir que sus años en el Filosofado Ignacio Ellacuría habían sido un lugar privilegiado para mirar su propia vida y más allá de sus pequeñeces e inconsecuencias, había sentido que Dios lo había puesto en unos tiempos y en unos lugares privilegiados.

No podemos dejar de mencionar que de su gente del barrio Las Mayas guarda otra gran sorpresa: le enseñaron a colorear su vida y a contemplarla con otros ojos. Ellos, la gente sencilla, pobre y humilde de Las Mayas transformaron por entero y por completo a Joseba, porque le enseñaron a celebrar, tanto la Misa como la vida.

Con la mirada hacia atrás Joseba recordó palabras y sonidos que se repitieron a lo largo de su vida: “llamada de Dios, el compromiso con los pobres, el Centro Gumilla y el Sector Social, Fe y Alegría, la Compañía de Jesús… y, sobre todo, ¡Dios!: son palabras muy grandes”.

El evangelio que hemos escuchado es el de las bienaventuranzas, y sí, Joseba vivió con dicha, fue un dichoso, porque a lo último de sus “memorias” recordó que vivió la dicha de encontrarse con el Dios que le regaló ojos y corazón de ternura: “¡poder amar sin juzgar y amar sin pretender apropiarte de quien amas… dejándole ser quien es y como es! La ternura es el amor casto, absoluto e incondicional, y más consistente que el voluntarismo de nuestra formación ascética: obviamente, su referencia paradigmática es la ternura del padre y de la madre, a su vez la mejor expresión del amor definitivo de Dios”.

Lo otro que Joseba vivió como dicha fue la misión: “dichosos los que tienen hambre y sed de justicia”. Así se consagró, luchando por la justicia, fue un hombre apasionado por la vida buena y justa para los pobres y desamparados, y muy especialmente por una educación de calidad para los niños y adolescentes más desfavorecidos de nuestro país.

Por último, también llamamos dichoso a Joseba porque vivió con esperanza, ya que vivir el testamento de las bienaventuranzas supone encontrarse con los milagros/regalos de Dios en la vida cotidiana: los pobres y humildes que nos enseñan a mantener la alegría y a ayudar a quien se encuentra en necesidad.

Joseba falleció en Loyola, España, y sin nunca dejar el anhelo de volver a Venezuela, de ver en los altares a Abraham y a Patricia y de ver a una Venezuela próspera y llena de justicia, nos invitaba a mantener la esperanza y para ello recordaba al P. Vélaz, S.J.: “Frente a este escenario de inmensa pobreza y miseria, nuestra vocación es ser hombres y mujeres de activa esperanza. [ Y para ello] Necesitamos el coraje de la esperanza, que es el motor del heroísmo cristiano”.

Joseba, junto a Abraham y a Patricia y también con Vélaz, sigue cuidando a Fe y Alegría y a los miles de niños, adolescentes y jóvenes que pasan por sus escuelas, y no olvides a los maestros, porque ellos son palabras y praxis de la esperanza en este país. Y, tampoco olvides a nuestros escolares jesuitas y a nosotros tus hermanos jesuitas, danos la mirada oportuna para encontrar y ofrecer caminos de justicia, esperanza y paz.

Que así sea

 

Yovanny Bermúdez, S.J.

Socio Provincial