Reverendo Padre Provincial
Te escribo, según tu deseo, mi homilía funeral, que escribo en papel reciclado siguiendo mi costumbre, por aquello de: “recojan los fragmentos, no se pierdan”.
Siempre me gustó escribir, y me sigue ahora después de muerto, como se dice entre ustedes. Pues en realidad estoy vivo y bien vivo, lo que tienen en esa caja con destino a la tierra no es sino el envoltorio de mi etapa fetal, que necesitó Papá Dios para engendrarme en el seno de la tierra. Así que no soy yo el que ha dejado de vivir, sino que ustedes no han acabado de morir. Ahora bien, morir es verdaderamente nacer.
Aquí me he reunido con mis papás, a quienes dedico merecidamente este elogio, siendo ellos artífices principales de lo que soy. Aquí los he encontrado en altísimos tronos de gloria, llevando la marca de San Joaquín y Santa Ana, que sólo llevan los que son como ellos. He visto que nada se perdió de lo que hicieron, ni el fogón encendido con tanto amor para hacer la cena. Todo aquí está presente en forma de luz. Todavía me añadieron varios grados de gloria accidental por razón de ellos.
En habitación especial de la casa está mi hermanita Carmen, tan perfecta y enamorada que Dios la liberó del mundo a sus diecisiete años. Pero brilla como los santos consumados en una larga historia. José Luis, al que tanto amo y que fue como el Juan Bautista de mi llegada a la Compañía, pertenece a los mártires que entregaron su alma con el desamparo del Crucificado. Son el grupo más cercano al Maestro, junto con el buen ladrón.
A mi me han puesto en el grupo de los despistados -que no es el peor- porque no sabe como vinieron hasta aquí; aunque me dicen que fue por mi fidelidad al sacramento de la confesión. También tengo que decirles que me tocó un poquito de purgatorio, pero la dulce mano de María hizo que se suavizara al máximo, y ya pasó.
Mis otros hermanos, hermanas, tías, tíos, abuelos y abuelas me han recibido con mucha alegría y no acaban de contar de mis propias cosas, pues aquí todo es amor. Por mi parte pude contar sobre las vidas de nuestros compañeros, que me sabía de memoria, por haberlas reseñado resucitados, lo que produjo general algazara en el Espíritu Santo.
Bueno y preguntarán ustedes qué agradezco de lo pasado. Pregunta embarazosa para elegir entre tantas cosas que necesitan un libro, el cual aquí todos tenemos escrito.
Pues bien, agradezco aquel desván de la Casa de Correos de Vitoria, donde yo podía clavar clavos, armar juguetes, modelas castillos de escayola y ordenar el caos, que es lo que hizo Dios al crear.
Agradezco aquellas clases de dibujo y de latín de Don César en el Colegio de los marianistas que cultivó y apreció mis mejores habilidades: “Miren a Roberto, que concentrado está en lo que hace”, dijo poniéndome de modelo. Y ¿no es verdad que apreciar es lo único importante para ayudar al crecimiento de los demás? Agradezco de paso el Diccionario de latino de Raimundo de Miguel, con que yo hacía las tareas en la mesa-camilla de nuestra casa.
Agradezco sobre todo la misa diaria de la Congregación de Kostkas, con nieve o con escarcha, los días de vacación y el ratito a solas con Jesús después de comulgar, donde él me fue diciendo que me quería con los suyos.
Agradezco la buena intención con que los jesuitas trataron de enseñarme la filosofía del ente, pero sugiero un poco de periodismo y otro poco de medicina serían más adecuados al destino de predicar y sanar, que era el mío. Yo acerté obedeciendo, es verdad, pues no me lo preguntaron.
Agradezco que enfermé hasta el punto de ser recluido, pues de ahí salieron tantas buenas ideas, que no me alcanza la memoria. Como aquella unidad catequística en Tudela; como aquel libro de mártires, medio fraguado con el Padre Plazaola; como aquellas horas sin fin de comentario homilético; como aquel viaje al Bronx, donde caí de la mata, dicho en venezolano; y a Cuba … ¡Dios, cómo me llevaste de la mano!
Agradezco el día en que un diácono en Caracas me enseñó mi destino con los enfermos del hospital Aranda en San Ruperto. ¡Para eso me hiciste pasar lo que ellos pasan y te hiciste presente con ellos!
Agradezco haber tenido a Jesús tan doméstico en el Sagrario de casa. No dejen de saludarlo a menudo, pues él se acomoda a nuestra condición local transitoria, según explicó Kant en las categorías de lugar y tiempo, que atraviesan nuestro modo de ser en el mundo.
Agradezco el cajón del confesonario de San Francisco, el más parecido a este de difunto, donde yo me revestía de la piel e Jesús.
Agradezco las bibliotecas que ordené y desordené. Y, claro, los archivos de fotos que me permitieron dejar la crónica gráfica de la Provincia y de sus miembros. Aquí me los encontré a todos vivitos y plenos de gloria, con historias tan distintas que cada una es como la creación del mundo. Delante de mí fueron Beasco, César, Florencio … ya les preparamos a ustedes lugar. También a Javier, mi hermano, y su esposa Yudy, matrimonio ejemplar de mixta religión, encomendando que reciban el bautismo ella y su hija, para que tengan el testimonio triple del agua, de la sangre y del Espíritu.
Ya le dejo y no les canso. Es muy corto el tiempo. Lo eterno dura por siempre. Digan el credo.
Manu mea scripsi. Roberto, S.J.