La oportunidad del Año Ignaciano 2021-2022

Recordar a San Ignacio de Loyola y celebrar su fiesta, es una ocasión para compartir algunas reflexiones sobre el año ignaciano que comienza el próximo mes de mayo. El año ignaciano 2021-2022 nos ofrece una gran oportunidad que, –¡ojalá!–, aprovechemos a fondo y evitemos dejarla pasar en vano. Es un llamado a permitir que el Señor trabaje nuestra conversión. Pedimos la gracia de ser renovados por el Señor. Deseamos descubrir un nuevo entusiasmo interior y apostólico, una nueva vida, nuevos caminos para seguir al Señor. Por eso, hemos escogido como lema del año: ver todas las cosas nuevas en Cristo.

Todo el año estará guiado por las Preferencias Apostólicas Universales 2019-2029. Sabemos que asimilarlas supone conversión para cada uno de nosotros, nuestras comunidades y nuestras instituciones u obras apostólicas. Pedimos la gracia de un cambio real en nuestra vida-misión de cada día.

En este momento me dirijo especialmente a nuestros compañeros y compañeras en la misión, laicos, laicas, religiosas, religiosos y quienes desde otras creencias o convicciones humanas participan en la misma lucha. Esperamos durante el año ignaciano compartir más a fondo con ustedes la experiencia fundacional por la que el cuerpo apostólico de la Compañía participa en la misión de reconciliar todas las cosas en Cristo. Muchos de ustedes sienten un profundo compromiso con esa inspiración, con el carisma que da vida a la Compañía de Jesús. Doy gracias al Señor por esa gracia y a cada uno de ustedes por su entusiasmo y cercanía. Queremos aprovechar el año ignaciano para acompañar más de cerca el trabajo que está haciendo el Espíritu Santo en cada uno de ustedes y puedan sentir la llamada más profundamente.

A los jóvenes les digo, queremos aprender a acompañarlos. Queremos aprender de ustedes. Cada uno de ustedes es único, ha nacido con un proyecto especial. Ignacio luchó para descubrir el sentido de su vida. En él pueden encontrar inspiración en la búsqueda que cada uno de ustedes está haciendo para hacer de su vida algo significativo, una contribución a un mundo mejor, en el que se respete la dignidad de las personas y se conviva gozosamente con la naturaleza. Manifiesto nuestro deseo de acompañarlos a través de todas nuestras actividades y sobre todo a través de nuestras personas dispuestas a compartir tiempo, sueños y esperanza.

A mis hermanos jesuitas de todas las generaciones dispersos por todo el mundo les digo que el año ignaciano es una nueva llamada a inspirarse en Ignacio, el Peregrino. Su lucha interior y su conversión lo llevaron a una muy cercana familiaridad con Dios. Esta familiaridad, este intenso amor, le permitió encontrar a Dios en todas las cosas e inspirar a otros para, juntos, formar un cuerpo apostólico, lleno de celo misionero. Somos herederos de ese carisma y responsables de su vigencia en los tiempos que vivimos.

Para Ignacio, una vida de pobreza era expresión de la intimidad con Jesús, el Señor. Más que las palabras, su pobreza fue signo de su transformación interior, de su creciente vulnerabilidad ante el Señor, de su indiferencia radical a disponerse a seguir la voluntad de Dios, de su sentido de que todo descendía de lo alto como un don.

¿Cómo podemos nosotros, los actuales miembros de la Compañía de Jesús, recibir y vivir esta gracia de la pobreza evangélica?

En primer lugar, acercándonos a la forma de vida de Jesús como lo hicieron Ignacio y los primeros compañeros. Sí, una relación íntima con el Señor es posible si la deseamos y la pedimos con insistencia como hemos aprendido en los Ejercicios Espirituales. Es una intimidad que se nos da no sólo para disfrutarla cada uno tranquilamente. Por el contrario, es una intimidad que nos capacita para amar y seguir más de cerca a Jesús que nos sigue llamando, especialmente a través de los más pobres y marginados, a través del grito de la tierra, a través de todo lo que es vulnerable. Para los primeros compañeros, la vida en pobreza, de cada uno y de la comunidad, siempre estuvo unida al cuidado de los pobres. Esa es parte sustantiva del carisma que hemos heredado.

Guiados por el discernimiento de las Preferencias Apostólicas Universales hemos aceptado el reto de escuchar el grito de los pobres, los excluidos, aquellos cuya dignidad ha sido violada. Hemos aceptado caminar con ellos y promover juntos la transformación de las estructuras injustas que se han puesto de manifiesto tan claramente en la actual crisis mundial. Y permítanme ser claro: esta crisis no es sólo sanitaria y económica sino, sobre todo, social y política. La pandemia del COVID-19 ha mostrado las graves deficiencias de las relaciones sociales en todos los niveles, el des-orden internacional y las causas del desequilibrio ecológico. Sólo el amor de Jesús trae la curación definitiva. Sólo podemos ser testigos de ese amor si estamos estrechamente unidos a Él, entre nosotros y con los descartados del mundo.

Vivir nuestro voto de pobreza en las actuales condiciones del mundo nos exigirá cambios en nuestra cultura organizativa. La trayectoria de los Ejercicios Espirituales puede ser nuestra guía, empezando por una profunda renovación de nuestra libertad interior que nos lleva a la indiferencia y nos haga disponibles a “lo que más conviene”. Necesitamos, también, reconocer nuestras deficiencias e, incluso, pecados en esta materia para poder alcanzar la identificación de nosotros mismos con el Jesús pobre y humilde de los Evangelios. Pedimos, como lo hemos hecho tantas veces en la contemplación de la llamada del Rey Eternal (EE., n. 98), la gracia de renovar nuestro deseo de imitarlo “en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como Espiritual”.

Como jesuitas debemos preguntarnos qué significa en nuestro tiempo introducir cambios en nuestra vida de pobreza religiosa para hacerla más estricta. En el texto ignaciano la expresión completa es que según las exigencias de los tiempos se vea si es necesario introducir cambios que la hagan más estricta. Lo que queremos hacer es entender cuáles son las demandas de estos tiempos mientras miramos hacia el futuro. El examen de nuestra vida en pobreza se convierte en la forma concreta de inspirar la conversión para una recarismatización de nuestra vida-misión.

Queridos hermanos jesuitas, queridos compañeros y compañeras en la misión. Este puede ser un momento transformador para la Compañía de Jesús. Puede ser un momento que libere nueva energía, nueva libertad, nuevas iniciativas, nuevo amor para los demás y para nuestros hermanos y hermanas más afligidos. Al recordar a San Ignacio de Loyola y su conversión, encontramos aliento. Sí, el cambio es posible. Sí, nuestro “corazón de piedra” puede convertirse en “corazón de carne”. Sí, nuestro mundo puede encontrar nuevas formas de avanzar. Ponemos nuestras manos en las de Jesús, nuestro hermano y amigo, y salimos a un futuro incierto y esperanzado, confiados en que Él está con nosotros y en que su espíritu nos está guiando.

San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.

Que el Señor nos bendiga mientras caminamos detrás de Él.

Se puede disfrutar el mensaje en video en el siguiente link: https://www.jesuits.global/es/2020/07/29/la-oportunidad-del-ano-ignaciano-2021-2022/