Luis Ugalde

Nadie en su sano juicio defenderá que Venezuela va bien y que nuestro futuro deseable viene de la mano de este “Socialismo del siglo XXI”. Por el contrario, unos y otros deseamos el cambio. Las diferencias empiezan al definir ese cambio, visualizar el punto de llegada y proponer caminos.

Entre los opositores que buscan el renacer de Venezuela en democracia, ninguno tiene la fuerza suficiente para derrotar al actual gobierno y conducir exitosamente la necesaria transformación y construcción del país. Por eso es imprescindible dialogar y llegar a acuerdos.

La primera coincidencia de la mayoría venezolana está en el rechazo a la actual situación con salarios y pensiones miserables, con lamentables servicios de educación y salud pública, con la inversión productiva moribunda, con los servicios de agua y luz en sobresalto y con más de siete millones de exiliados y otros desesperados por emprender camino hacia el doloroso destierro.

Ahora tenemos la primaria para escoger un candidato opositor para la elección presidencial del año que viene. Un candidato para el cambio. Incluso el gobierno necesita un candidato para cambiar sin abandonar el poder retenido desde hace un cuarto de siglo.

Qué diálogo y para qué cambio

El punto de salida es la realidad que queremos cambiar y el de llegada, la Venezuela recreada en lo político, económico y social, a partir de las elecciones de 2024. Si nos domina el punto de partida prevalece el malestar, el rechazo, la rabia y el deseo de castigo para los causantes. Por eso la primaria está marcada por el sello del rechazo y la rabia y favorece a la candidatura que mejor encarne este repudio.

Pero a medida que en nuestro ánimo y visión predomina el punto de llegada, la nueva Venezuela que queremos construir, la rabia da paso a la reflexión, cálculo y búsqueda de lo que necesitamos para lograrlo. Nos vemos obligados a centrarnos en cómo sumar y multiplicar nuestras fuerzas y superar las enormes carencias y obstáculos actuales para la recuperación de esta Venezuela tan enferma que, a ratos, nos parece irrecuperable.

Aunque todos estemos de acuerdo en la necesidad de diálogo, éste será muy distinto si está dominado por el repudio de salida o por la búsqueda para lograr la Venezuela necesaria con al menos una década de firme y exitosa transformación.

Las fuerzas electorales y políticas de la rabia son más fáciles de activar, no requieren especialización y los aplausos son contagiosos. Lo estamos viviendo en el panorama de las primarias. El problema está en que la cólera que hoy desea castigo, mañana clama por soluciones inmediatas y las fuerzas que exigen venganza no son fácilmente transformables en fuerzas de construcción. Para lograrlo es necesario un liderazgo genial capaz de cambiar rápidamente y desatar las conciencias y fuerzas de unos y de otros, movilizados y aliados aportando lo mejor de sí para sumar y multiplicar. Acordar incluso con aquellos que nos agraviaron y nos dañaron. Si el perseguido Mandela, luego de su triunfo en Sudáfrica, hubiera escuchado el clamor y dado rienda suelta a la rabia para castigar a sus perseguidores y discriminadores de ayer, no hubiéramos visto el exitoso milagro sudafricano, solo posible con la unión de los enemigos de ayer para juntos crear un nuevo país. Lo mismo se diga de Chile que emprendió la redemocratización garantizando una larga permanencia del dictador Pinochet en el alto poder de la fuerza armada. ¿Qué hubiera pasado en la democratización de España a partir de 1975 si su agenda hubiera estado dominada por las cuentas pendientes de miles de muertos, perseguidos y exiliados luego de la atroz guerra civil y de la dictadura franquista? ¿Y qué hubiera pasado si tras la caída del “Muro de Berlín” en la Alemania Oriental comunista, se hubieran concentrado primero en arreglar las cuentas de la larga lista de los atropellos de la Stasi, policía secreta del régimen comunista opresor? Sin ir más lejos, en Venezuela se produjo el milagro democrático a partir de 1958 porque AD, URD y COPEI enfrentados hasta provocar el aborto del golpe militar en 1948 no hubieran superado una década después su mutuo rechazo, creando alianzas, fidelidades y aprecios personales indestructibles.

De ahí que ahora, a menos de un mes de la Primaria opositora, unos y otros tenemos que valorarnos por nuestra capacidad de diálogo eficaz para llegar a acuerdos sorprendentes y una nueva dinámica constructiva. Lo contrario es perpetuar el fracaso nacional. Este no es un reto solo para los precandidatos, partidos y grupos electorales, sino que para el renacer nacional es indispensable que cada quien aporte desde sus posibilidades y lugar en la sociedad. Es el reto de la recreación de un país desde una indiscutible ruina nacional.

Nos urge dialogar desde ahora, superar traumas y agravios y generar confianza para lograr una mil millonaria inversión productiva, internacional y nacional y desatar las libertades políticas. Si no ponemos desde ahora toda nuestra conciencia y nuestras fuerzas en activar ese espíritu de acuerdo entre distintos, pasando por encima de los agravios, a Venezuela le espera un doloroso futuro y seguirá vaciándose por sus fronteras.